No podía terminar el tema sobre la ciencia sin invitaros a leer este curioso y divertido artículo que encontré, hace ya bastante tiempo, en la revista de divulgación científica "Muy Interesante", seguro que la conocéis.
Hemos visto que los científicos, los buenos científicos, deben ser personas ingeniosas e imaginativas, sin estas cualidades resulta dificil idear conjeturas o hipótesis originales que orienten la investigación.
Así que la creatividad y la imaginación, que son rasgos de la personalidad usualmente asociados al arte, también son importantes para la ciencia.
"Querido director:
Este mes escribo mi carta pensando en los jóvenes lectores. Por ejemplo, en Rafael, Héctor, Antonio, Pedro, Óscar, Almudena y demás miembros del Club de los Pequeños Físicos, que con toda la ilusión del mundo nos recuerdan que la ciencia es una aventura apasionante. Hace ahora un año, ellos encontraban en las páginas de MUY la chispa necesaria para nacer como asociación, en una carta del adolescente Sergio González, que anunciaba su intención de crear un club juvenil de física "antiburocrático y antijerárquico". A ellos quería dedicar una historia que recuerdo de mis años como docente, pues seguro que les gustará. Verás.
Resulta que en cierta ocasión tuve que hacer de juez en un conflictivo examen de física. El profesor había puesto a un alumno un cero, mientras que el chico aseguraba merecer el aprobado. Tras la desigual discusión, ambos decidieron consultarme y aceptar el criterio que yo defendiese. Recuerdo que estábamos los tres en la sala del departamento cuando leí la única pregunta de aquel examen.
Decía: "Indica cómo se podría estimar la altura de un edificio alto, con la ayuda de un barómetro". El alumno había respondido: "Se coge el barómetro y se lleva a la terraza del edificio; atándole una cuerda larga, lo bajamos poco a poco a la calle y luego lo subimos, midiendo la cuerda que se ha soltado. Esta longitud de la cuerda es la altura del edificio".
Al leer aquello me pareció que el alumno tenía su razón, ya que había dado una solución válida. Por otro lado, pensé, si se le aceptaba la respuesta había que aprobarle, lo que significaría que sabía física, mientras que aquella contestación no lo garantizaba. Se me ocurrió entonces sugerir que hubiera otra oportunidad para responder a la pregunta, lo que inmediatamente aceptaron mi compañero el profesor y también -con sorpresa por mi parte- el alumno.
Este mes escribo mi carta pensando en los jóvenes lectores. Por ejemplo, en Rafael, Héctor, Antonio, Pedro, Óscar, Almudena y demás miembros del Club de los Pequeños Físicos, que con toda la ilusión del mundo nos recuerdan que la ciencia es una aventura apasionante. Hace ahora un año, ellos encontraban en las páginas de MUY la chispa necesaria para nacer como asociación, en una carta del adolescente Sergio González, que anunciaba su intención de crear un club juvenil de física "antiburocrático y antijerárquico". A ellos quería dedicar una historia que recuerdo de mis años como docente, pues seguro que les gustará. Verás.
Resulta que en cierta ocasión tuve que hacer de juez en un conflictivo examen de física. El profesor había puesto a un alumno un cero, mientras que el chico aseguraba merecer el aprobado. Tras la desigual discusión, ambos decidieron consultarme y aceptar el criterio que yo defendiese. Recuerdo que estábamos los tres en la sala del departamento cuando leí la única pregunta de aquel examen.
Decía: "Indica cómo se podría estimar la altura de un edificio alto, con la ayuda de un barómetro". El alumno había respondido: "Se coge el barómetro y se lleva a la terraza del edificio; atándole una cuerda larga, lo bajamos poco a poco a la calle y luego lo subimos, midiendo la cuerda que se ha soltado. Esta longitud de la cuerda es la altura del edificio".
Al leer aquello me pareció que el alumno tenía su razón, ya que había dado una solución válida. Por otro lado, pensé, si se le aceptaba la respuesta había que aprobarle, lo que significaría que sabía física, mientras que aquella contestación no lo garantizaba. Se me ocurrió entonces sugerir que hubiera otra oportunidad para responder a la pregunta, lo que inmediatamente aceptaron mi compañero el profesor y también -con sorpresa por mi parte- el alumno.
Propuse que éste tuviese cinco minutos para responder de nuevo, y le advertí que ahora debería demostrar algún conocimiento de física. Pasados cuatro minutos, el alumno no había escrito nada. Le pregunté si había alguna duda y me contestó que no, que tenía varias soluciones al problema y quería escoger la mejor.
Pronto escribió a toda prisa esta respuesta: "Se lleva el barómetro a la terraza del edificio, se deja caer y se mide el tiempo que tarda en llegar al suelo. Después, usando la fórmula del movimiento acelerado, s = 1/2 at2, se puede calcular la altura del edificio". Viendo aquello, le pregunté a mi compañero si daba por zanjado el conflicto. Accedió y puso al alumno una buena nota.
Al salir, recordé que el chico había afirmado que tenía otras respuestas al problema, y fui a preguntarle cuáles eran. Sonriendo, me contestó: "Hay muchas maneras de estimar la altura de un edificio alto con ayuda de un barómetro, pero, según las circunstancias, unas podrían ser mejores que otras. Por ejemplo, en un día de sol se puede coger el barómetro y sacarlo a la calle, para medir su altura, la longitud de su sombra y la longitud de la sombra del edificio. Usando una sencilla proporción, se determina la altura de éste".
Al verme asentir, continuó: "También hay un método sencillo de medida que seguro que te va a gustar, y que puede valer si hay escaleras exteriores. Consiste en coger el barómetro y comenzar a subir las escaleras. Desde abajo se va marcando la longitud del barómetro en vertical a alto por la pared. Se cuenta luego el número de señales y así se tiene la altura del edificio en longitudes de barómetro".
"Claro que si se quiere un método sofisticado -prosiguió- se podría atar el barómetro a una cuerda, hacerla oscilar como un péndulo y determinar luego el valor de g en la calle y, a continuación, en lo alto del edificio. Por la diferencia de los dos valores de g, quizás se podría saber la altura del mismo, si es bastante alto. Al menos, teóricamente."
"Pero hay otras maneras de resolver el problema. Probablemente, la más cómoda sería enseñar el barómetro al portero y decide: 'Señor, mire que barómetro más, bonito tengo. Si me dice la altura del edificio, se lo regalo"'.
Me quedé con muchas ganas de preguntar al alumno si sabía o no la respuesta convencional a aquella pregunta, la que esperaba -y deseaba- el profesor, y que se basa en la disminución de la presión atmosférica con la altura. No lo hice. La historia termina mejor así, como un homenaje a los rebeldes jóvenes científicos."
Ramón Núñez
Casa de las Ciencias
La Coruña
noviembre de 1994
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