¿Quién dijo que un científico no debe usar la imaginación?. Si algo nos demuestra la historia de la ciencia es que los científicos más productivos fueron los más originales e imaginativos. Justo a eso se refiere Popper cuando explica que la ciencia progresa por medio de "hipótesis audaces", es decir, imaginativas y arriesgadas, que los experimentos no buscarán confirmar, sino "falsar".
Esta "carta al director" que encontré hace muchos años en la revista "Muy Interesante" muestra un ejemplo encantador de cómo razón, imaginación y experimentación pueden aliarse para encontrar soluciones a los problemas científicos.
Más abajo, en menos de un minuto, Juan David Arbeláez, mentalista colombiano, nos enseña cómo usar la imaginación para ver las cosas desde perspectivas originales para resolver los problemas más difíciles.
Querido director:
Este mes escribo mi carta pensando
en los jóvenes lectores. Por ejemplo, en Rafael, Héctor, Antonio, Pedro,
Óscar, Almudena y demás miembros del Club de los Pequeños Físicos, que con toda
la ilusión del mundo nos recuerdan que la ciencia es una aventura apasionante.
Hace ahora un año, ellos encontraban en las páginas de MUY la chispa necesaria
para nacer como asociación, en una carta del adolescente Sergio González, que
anunciaba su intención de crear un club juvenil de física "antiburocrático
y antijerárquico". A ellos quería dedicar una historia que recuerdo de
mis años como docente, pues seguro que les gustará. Verás.
Resulta que en cierta ocasión tuve que hacer
de juez en un conflictivo examen de física. El profesor había puesto a un alumno
un cero, mientras que el chico aseguraba merecer el aprobado. Tras la desigual
discusión, ambos decidieron consultarme y aceptar el criterio que yo defendiese.
Recuerdo que estábamos los tres en la sala del departamento cuando leí la
única pregunta de aquel examen.
Decía: "Indica
cómo se podría estimar la altura de un edificio alto, con la ayuda de un
barómetro". El alumno había respondido: "Se coge el barómetro y se
lleva a la terraza del edificio; atándole una cuerda larga, lo bajamos poco a
poco a la calle y luego lo subimos, midiendo la cuerda que se ha soltado. Esta
longitud de la cuerda es la altura del edificio".
Al leer aquello me
pareció que el alumno tenía su razón, ya que había dado una solución válida.
Por otro lado, pensé, si se le aceptaba la respuesta había que aprobarle, lo
que significaría que sabía física, mientras que aquella contestación no lo garantizaba.
Se me ocurrió entonces sugerir que hubiera otra oportunidad para
responder a la pregunta, lo que inmediatamente aceptaron mi compañero el profesor y también -con sorpresa por mi parte- el alumno.
responder a la pregunta, lo que inmediatamente aceptaron mi compañero el profesor y también -con sorpresa por mi parte- el alumno.
Propuse que éste
tuviese cinco minutos para responder de nuevo, y le advertí que ahora debería
demostrar algún conocimiento de física. Pasados cuatro minutos, el alumno no
había escrito nada. Le pregunté si había alguna duda y me contestó que no, que
tenía varias soluciones al problema y quería escoger la mejor.
Pronto escribió a toda prisa esta respuesta: "Se lleva
el barómetro a la terraza del edificio, se deja caer y se mide el tiempo que
tarda en llegar al suelo. Después, usando la fórmula del movimiento acelerado,
s = 1/2 at2, se puede calcular la altura del edificio". Viendo
aquello, le pregunté a mi compañero si daba por zanjado el conflicto. Accedió
y puso al alumno. una buena nota.
Al salir, recordé que el chico había afirmado que tenía
otras respuestas al problema, y fui a preguntarle cuáles eran. Sonriendo, me
contestó: "Hay muchas maneras de estimar la altura de un edificio alto con
ayuda de un barómetro, pero, según las circunstancias, unas podrían ser mejores
que otras. Por ejemplo, en un día de sol se puede coger el barómetro y sacarlo
a la calle, para medir su altura, la
longitud de su sombra y la longitud de la sombra del edificio. Usando una sencilla
proporción, se determina la altura de éste".
Al
verme asentir, continuó: "También hay un método sencillo de medida que
seguro que te va a gustar, y que puede valer si hay escaleras exteriores.
Consiste en coger el barómetro y comenzar a subir las escaleras. Desde abajo
se va marcando la longitud del barómetro en vertical a alto por la pared. Se
cuenta luego el número de señales y así se tiene la altura del edificio en
longitudes de barómetro".
"Claro que si se quiere un método sofisticado -prosiguió-
se podría atar el barómetro a una cuerda, hacerla oscilar como un péndulo y
determinar luego el valor de g en la calle y, a continuación, en lo alto del
edificio. Por la diferencia de los dos valores de g, quizás se podría saber la
altura del mismo, si es bastante alto. Al menos, teóricamente."
"Pero hay otras maneras de resolver el problema.
Probablemente, la más cómoda sería enseñar el barómetro al portero y decide:
'Señor, mire que barómetro más, bonito
tengo. Si me dice la altura del edificio, se lo regalo"'.
Me quedé con muchas ganas de preguntar al alumno si
sabía o no la respuesta convencional a aquella pregunta, la que esperaba -y
deseaba- el profesor, y que se basa en la disminución de la presión atmosférica
con la altura. No lo hice. La historia termina mejor así, como un homenaje a
los rebeldes jóvenes científicos.
Ramón Núñez
Casa
de las Ciencias
noviembre de 1994